Desechar personas y acumular bienes, una tendencia que va en aumento.
¿Personas o bienes? Esa parece ser la cuestión. Hoy se hace muy difícil crecer económicamente y a la vez sostener vínculos estables. La inflación, la crisis económica y la incertidumbre con la que vive el argentino pareciera agravar la cuestión.
Los trabajos a “full time” van en crecimiento debido a la introducción de la tecnología que acompaña a todas horas y a una interminable formación, capacitación y actualización que requieren las profesiones o los negocios para poder sostenerse. Los trabajos acaban por absorber buena parte de la energía y empuje de las personas en el día a día. Cada vez son más las personas que para poder sostener a sus familias se ven obligados a tener dos o tres trabajos a la vez. A su vez, el afán de poder lograr una mejor vida impulsa el descuido de las relaciones sociales.
Trabajar o tener amigos. Comprar o abrazar. Dar una “buena vida” o “vivir plenamente”. Tener familia o progresar. Dar tiempo familiar o dar dinero a la familia. Todas aparecen como opuestas y se debe elegir por una de ellas ya que pareciera que hoy no alcanza el tiempo para las dos opciones.
La decepción que causan las personas, a su vez, promueve que nos volquemos cada vez más a la adquisición de productos con los cuales establecer relaciones. Mientras que los vínculos con las personas se licuan o bien, se vuelven triviales. Lo durable “no vende” hoy, me decía un amigo.
De hecho, esta decepción ha provocado una creciente denigración del afecto en todas sus formas y nos hace plantearnos qué tipo de relaciones hemos entablado con los objetos y cuáles con las personas. La “falta de tiempo” o la aceleración y preocupación con la que vivimos genera un modo de estar con los que nos rodean poco humanizado. O mejor dicho, nos hace perder aquello que nos constituye en humanos: amarnos, comunicarnos, emocionarnos…
Las relaciones con las personas se desechan cuando ya no sirven, tienen caducidad. Se acumulan contactos y se pierden amigos. Se “suman puntos” para tener más oportunidades. Se canjean favores. Se pagan las “deudas emocionales” en cómodas cuotas. Se discuten porcentajes en vez de la situación de los hijos frente a un divorcio. “Por la plata baila el mono”. Se habla más de contratos prenupciales que de amor. Se compra sexo. “Se alquila una vida”. “Se vende a un amigo”. Ya no hay tiempo para despedirse de un ser querido, no se va a un funeral. No se puede parar…
¿Qué pasaría si recuperamos el valor invaluable de los afectos en medio de esta crisis?
No mediríamos a las personas por su servicio sino por su existencia mágica y única en este mundo. Nos quejaríamos menos de la situación económica y disfrutaríamos más de lo que tenemos, aunque no sea todo lo que quisiéramos tener. Nos solidarizaríamos más y dejaríamos de pensar tanto en nosotros mismos. Pensaríamos más en el presente y nos preocuparía menos el futuro. Estaríamos menos ansiosos y más acompañados. Tendríamos miedo a que nos fallen, pero correriamos el riesgo. Nos divertiría estar con nuestros seres queridos y no solo consumir productos. Recuperaríamos el valor de la vida al aire libre sin reloj ni celulares. Nos olvidariamos por un rato de la billetera y nos concentraríamos más en lo que jamas podremos comprar: personas que nos amen. Armaríamos más proyectos colectivos y menos proyectos para manipular a los otros y lograr nuestros deseos.