Mitos sobre la adopción. Entre el amor y el temor.

19.01.2015 13:37

Tener un hijo es una decisión y una experiencia muy particular. Llegar a ser padres, es un proceso que inicia mucho antes (o mucho después) de la noticia del embarazo. A un hijo se lo arma primero en la mente y después en la panza. Se lo imagina, se lo piensa, se piensa a uno mismo como padre o madre por un lado, luego (o antes) se vive la experiencia. Como sea, la experiencia siempre es más fuerte de lo que se imagina. Se impone.

Pero, ¿qué ocurre cuando la decisión y el deseo están presentes pero no la posibilidad real de concretar “por medios naturales (natural, no hay nada!)” ese sueño? En ocasiones, las parejas emprenden búsquedas y tratamientos que acaban por generar también grandes conflictos de pareja. Muchos de los hijos deseados hoy en día son también hijos de los métodos de fertilidad asistida, y no por eso son menos queridos, amados o cuidados (ni más queridos, ni amados o cuidados!). Otras veces, las parejas deciden iniciar el recorrido de la adopción legal. Decimos recorrido, porque contrariamente a lo que desde el sentido común se supone, adoptar es un proceso extenso. Es extenso por los trámites a realizar, pero también porque la adopción en la psiquis no se concreta el día en que un papel lo dice. Aunque el papel es sumamente importante.

Muchas veces operan muchos mitos que hacen que las parejas posterguen o anulen la posibilidad de adopción como uno de los modos de armar familia con hijos. ¿Cuáles son esos mitos?

1-El mito sobre el origen problemático de los chicos. Este mito lo que dice básicamente, es que como vienen de una situación conflictiva o de abandono, los chicos que esperan para ser adoptados son problemáticos y lo serán toda la vida. Este mito este fundado en el miedo a lo desconocido. La realidad es que, lo desconocido de “esa historia” y de “esa vida anterior” puede ser peligroso; o bien, novedoso e implicar la posibilidad de una transformación inédita entre quienes participan de la adopción.

La verdad es que todos los seres humanos venimos de entornos e historias familiares complejas (mal que nos pese). Lo que importa en todo caso es: ¿qué podemos hacer con eso?

Por otro lado, pensar en ese único origen implica anular la potencia del encuentro y del nuevo origen familiar que se irá conformando a medida que se da el proceso de adopción. Este último también es un origen importantísimo y muchas veces desestimado. Buena parte de las dificultades familiares que ocurren entre padres e hijos adoptivos tienen que ver con este segundo origen, más que con el primero. No hay razón para ocultar, negar, subestimar, ni sobrestimar ninguno de los múltiples orígenes que nos constituyen a los seres humanos.

2-El mito sobre cómo será ese nuevo integrante. Este mito tiene que ver con la edad del niño, el color de la piel y cuántos niños pueden ser adoptados. No es cierto que la mejor adopción es la de un bebé, si bien es más fácil incorporarlo a la familia ya que genera la misma ilusión que “traer” un recién nacido que es “sangre de tu sangre” a casa. Pero es una cuestión de cabeza de la pareja, no de las condiciones propicias para el vínculo. No es cierto tampoco que todos los niños tienen piel oscura, y además me pregunto: ¿La piel, dice algo sobre un niño? Además, la realidad es que muchas veces hay grupos de hermanitos, en donde lo más importante es que no pierdan el vínculo fraterno y a la par puedan revincularse con una nueva pareja o padre o madre. Esto, por supuesto, se va trabajando con profesionales idóneos. Nadie es obligado a tomar una elección. Este mito también este cargado de muchos temores: temor de que si es un niño mayor de 5 años tenga recuerdos y añore su anterior vida, o de que no quiera tanto a esta familia como quiso a la anterior, etc.

3-El mito de que hay que estar casado o en pareja para adoptar. Esto no es cierto, y depende de las leyes de adopción de cada país. En Argentina, no es un requisito excluyente. Lo que hay que “demostrar” es que hay condiciones para que se dé la adoptabilidad (estabilidad emocional, económica, del grupo familiar amplio, etc), pero la ley no excluye a personas solas.

4-El mito que versa: “Los hijos adoptivos Son los hijos del corazón”. Este es un gran mito, cuya contracara es “Sangre de mi sangre, es como yo”. La realidad es que ser padre (sea cual el modo por el que se llega a serlo) requiere un compromiso del corazón, de la cabeza, de los pies, de las manos, de las fuerzas, del dolor, de las alegrías, de todo el ser. Establecer esta separación entre los hijos de sangre e hijos del corazón justifica pensar la adopción como un acto de caridad. La verdad, es que nadie le hace un favor a nadie al adoptar. Simplemente, es un modo de armar familia que requiere mucho compromiso, porque la paternidad y la maternidad en sus múltiples formas lo requieren. En todo caso, entre padres e hijos siempre hace falta un acto de bondad que cuida y proteja al otro (pero que en cuanto se dice, deja de ser bondad y se convierte en un reclamo o exigencia).

5-El mito que supone que solamente los padres adoptan. No existe proceso de adopción en donde la adopción no circule en doble sentido: de la pareja a un niño, y de un niño a una pareja. La adopción es simultánea, en tanto es el proceso por el que alguien cobija a un chico como hijo, mientras un chico cobija a un par de desconocidos (hasta ahí) como sus padres. Que alguien puede convertirse en padre e hijo, es un proceso que acontece entre los participantes de ese vínculo. Es un recibir-dando afectos, mientras se va armando una familia.

 

El Psicoanalista Francoise Dolto dijo una vez que: “Tres segundos bastan a un hombre para ser progenitor. Ser padre es algo muy distinto. En rigor sólo hay padres adoptivos. Todo padre verdadero ha de adoptar a su hijo.

 

En definitiva, la condición de adopción, en tanto dar cobijo, protección y cuidados mutuos está presente en todo entramado familiar. Solo que, en ocasiones “Sangre de mi sangre” y “Te pareces a” operan como una ilusión que borra y difumina la hospitalidad que portan los vínculos, caracterizados por la ajenidad y la errancia que implica andar por territorios inéditos… y tener la valentía de admitirlo.